
Se viene el día del padre, aprovechemos, mientras están con nosotros.
Compartimos con ustedes recuerdos de un papá, nuestro padre:
EL AUTO DE PAPÁ
Cuando pienso en el auto de papá me viene a la mente la flor de mnburucuya.
Crecía al costado.
Tenían esas flores un aspecto tan extraño.
Era un DKW, una joya automotriz alemana.
Una vez lo prendí con un palito.
Si hubiera sabido que iba a dar nueve veces el examen para la libreta, hubiera
practicado más.
Me acuerdo de los asientos verdes, maltrechos y el olor a combustible cuando
marchaba echando humo por las calles.
A veces papá me dejaba tomar el volante.
Cuando llovía, mientras nuestros padres dormían, mi hermano y yo nos
escondíamos soñando que aquello era un refugio inexpugnable
Pensar en el DKW es sentir el aroma de la pizza del Parque Rodó y las calles
tapizadas de chapitas aplastadas de las bebidas.
Es la Calesita del Prado Chico con la música a todo dar de los Wawanco.
O la lancha eterna atrapada en el lago inmundo, lleno de ranas y basura.
Los ponys viejos y aburridos paseando gurises con sus padres al lado,
registrando pedacitos de eternidad sin valor, más que para ellos.
Los panchos y el regreso pasando por el Hotel del Prado.
La playa Capurro y el parque donde me perdí más de una vez.
El viejo nos decía que el autito había pertenecido a un general alemán. En esa
época nos creíamos cualquier mentira. Ahora también, pero sin la coartada de
ser niños.
Por el bendito cachilo pasábamos los domingos explorando la feria de Tristán
Narvaja buscando milagros en forma de repuestos.
Una búsqueda profana de un Santo Grial personalUna vez le construyó un foso para sus interminables horas de introspección
mecánica.
Allí cayó una pelota de unos amigosEra como un foso sin castillo.
Yo me metí en ese horrendo lugar lleno de barro.
Devolví la pelota, pero me gané una legendaria penitencia, es que era muy
hondo y estaba lloviendo.
Todavía veo a Júpiter (así se llamaba mi viejo) sentado al sol leyendo al lado de
su juguete alemán, mirando precios del vehículo nuevo que nunca se iba a
comprar.
Durante años miraba con insistencia los clasificados de “El día”.
Nunca tuvo la intención de cambiar su hermoso auto verde hecho carozo.
Se pasaba horas arreglándolo.
Me imagino que deseando que nunca estuviera bien del todo.
Era como el vecino de enfrente que toda su vida se paso arreglando la casa,
siempre colocando una cosita allá otra por acá, sin nunca poder darle el toque
final.
Era su motor vital su forma de ocuparse de algo que no lo dejara ocuparse de
nada.
Cuando lo vendió fue como sacarse un órgano en vida.
La última imagen que tengo del DKW es ir en el asiento de atrás y asomarme
por la ventana.
Me acuerdo que se me cayó una bufanda a la calle.
Había mucho viento y por alguna razón no le dije nada a mis padres.
La bufanda movida por el viento volaba libre, y cada vez se alejaba más, más y más.
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